En Septiembre de 2013, me conmocionaba por la historia de Patrick McConlogue, un joven programador que un día quiso dar la oportunidad de sacar de la calle a un vagabundo. Aquel joven se acercó a Leo, un vagabundo que veía a menudo de camino al trabajo, y le dio 2 opciones para elegir: por un lado podía coger 100 dólares, y por otro lado, podía enseñarle a programar código para desarrollar aplicaciones, en cuyo caso, colaborarían los dos.
El vagabundo escogió la segunda opción, y todos los medios de comunicación hablaron de ello. De hecho, la publicidad de la historia ya hacía que la aplicación fuera todo un éxito. Y por tanto, esta historia tenía todos los ingredientes para hablar del antes y el después de un vagabundo convertido en un emprendedor y probablemente en un millonario.
Y efectivamente, la aplicación tuvo mucho éxito y generó ingresos, pero Leo seguía durmiendo en el banco del parque donde McConlogue lo encontró. Leo tenía acceso al dinero, pero nunca llegó a tocarlo.
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El vagabundo escogió la segunda opción, y todos los medios de comunicación hablaron de ello. De hecho, la publicidad de la historia ya hacía que la aplicación fuera todo un éxito. Y por tanto, esta historia tenía todos los ingredientes para hablar del antes y el después de un vagabundo convertido en un emprendedor y probablemente en un millonario.
Y efectivamente, la aplicación tuvo mucho éxito y generó ingresos, pero Leo seguía durmiendo en el banco del parque donde McConlogue lo encontró. Leo tenía acceso al dinero, pero nunca llegó a tocarlo.
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